domingo, 17 de octubre de 2010

Si digo que puedo moverme entre la escritura a mano y el procesador de texto con la misma soltura, miento.
Mi fetiche de regresar a la hoja como una invitación seductora de la tinta que propone la cercanía de sus olores, la humedad que es desierto en un segundo, los errores que no pueden negarse y quedan como manchas superadas en palabras correctas y precisas, a sentirla presión y el movimiento de mi mano llenando de sentido todos mis sentidos. Esas pequeñas cosas inadvertidas a veces se pierden en la ganancia del tiempo que una tecla de revisión automática no da.
Frente a la pantalla los colores, la luz brillante de una hoja virtual que no se deja rasgar por el filo de mis caprichos, la textura de mis dedos cambia, letra capital, distante, una amante perseguida a distancia, ambas, con sus pro y contras me unen en un afán de exhibicionismo natural, la escritura.
Escribo en mi cuaderno-diario-página que brinca de un recuerdo a otro, los espacios vacíos (vaya oxímoron) de días sin confidencias son el eterno tiempo suspendido de la web siempre en presente. Transcribo líneas, párrafos, corrijo, pienso, regreso y recojo mis pasos-huellas dactilares y relleno los huecos, el placer está en volver la mirada insistente a los trazos redondos y prolongados de mi tinta-pluma, regreso y cada una de las grafías es perfecta en el primer impulso de mi cosmos inexistente.

Tantos puntos, comas, acentos, tanto papel para decir nada, una adicción de placebo existencialista.


Ahora brincan unos ojos de luz de madrugada o eso quiero pensar, que tu mirada escapó del esqueleto transparente, del rincón donde guardas los deseos para después, en otro momento, con otras circunstancias favorables, en otra vida, en un sueño, te sientas en el sillón favorito de trabajo como cuando decidimos que cualquier lugar sea el favorito por estar ahí y me buscas en mis discursos dérmicos, yo sigo en el pantano sostenida a las cuerdas de tu voz, me muevo sin prisa entre tus costillas, sientes que me tragas, no puedes vomitarme, he bajado hasta tus órganos delirantes de retenciones húmedas, resbalo como la sangre sin herida, a contrapelo y tu cerebro hormiguea, olvidaste por qué estás aquí, olvidé tu nombre, I Can, un rostro, un lugar con voceos, un espacio infinito de silencios.

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