lunes, 17 de enero de 2011

Antigripa

Desperté con ganas de pasar la mañana pegada a la pantalla de la computadora y escribir, los versos rondaban mi cabeza dopada de antigripales, cada dos o tres líneas debía detener el tipeo para sonarme los mocos con el papel de una marca que prometía suavidad, después de dos cuartillas mi nariz seguía buscando en cuál maldito cuadro del rollo estaría esa promesa, y aguantaba casi con heroísmo mis dedos aferrados a sacar todos los fluidos corporales posibles, la taza de café se enfriaba, esta vez era mí café, el que yo misma había elegido entre todos los frascos de diversos tamaños y etiquetas, me sabía a mierda, aunque nunca he probado la mierda, me gustó la metáfora de los sabores imposibles de describir y decir palabras que no entraban en una escritura correcta y formal, mentar madres por los estornudos que me interrumpían las ideas, el pretexto perfecto para justificar mi incapacidad de escribir un buen cuento que no se cayera a la mitad porque la anécdota era trillada, el final predecible y la escritura un engendro mal cosido de palabras incoherentes y comunes, tragué otro par de tabletas esperando que la lucidez llegara de golpe, una estúpida musa que se apiadara de mí y me diera un masaje con ungüentos mentolados, era lo mínimo que podía darme después de semanas en que nada podía escribir, releí borradores inacabables de palabras que se alargaban, se contraían, giraban, todas las letras se convertían en alimañas que gritaban tratando de explotar mi cabeza, qué hermosa imagen, mi cabeza explotando en arañas de tinta y tú como siempre mirando sin entender los chorros desperdiciados de mi pluma, ahora recuerdo que olvidé alimentar a las tortugas, debiste llevártelas pero me dio lástima lanzarlas desde la ventana junto con tu colección de cajetillas de cigarros , tu cepillo dental y la camiseta de futbol, obvio que no olvidaste empacar el control remoto de la televisión fue lo primero que anunciaba tu libertad de mi afán de apagar la otra mitad de mi mitad de la casa, pobres tortugas, qué culpa tenían de tus arrebatos de regresar con tu madre, a mí que no me gustan las mascotas, pero no pueden empacar y largarse, deben esperar que termine con este refriado y recuerde que debo alimentarlas, sigo escribiendo y creo que desvarío por la temperatura que sube, lo sé porque estoy sudando y sigo teniendo frío, la ventana abierta y quizá convendría cerrarla pero me duelen las manos, los labios, la piel y prefiero seguir metida en el cobertor mirando el techo o la pantalla o la nada que casi me parecen sinónimos de lo que queda, una nada que lo inunda todo, tal vez mañana me decida a escribir tu abrazo perfecto, tu perfecta partida, ahora que no tengo mis mascota de fin de semana para calentar el té y traer el periódico, extraño tener a mano el control de la televisión y encenderla para olvidarme del sonido de las teclas que me recuerdan que los surrealistas son cadáveres que es mejor dejar en paz.

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